martes, 16 de abril de 2013

¿ES POSIBLE DESARROLLAR COMPETENCIAS SIN ACTITUD?


El desarrollo de las actitudes

En el currículum de la reforma se incluyen como contenidos actitudinales aspectos muy diversos, oscilando entre plantear la necesidad de actitudes positivas -como predisposiciones que faciliten y guíen el proceso de aprendizaje: medios para un fin-, y actitudes y valores propiamente morales -metas en sí mismo valiosas-; entre un subjetivismo-valoración individual, gusto, interés- y actitudes/valores con una cierta objetividad. Aquí voy a fijarme especialmente en el desarrollo de actitudes en este último sentido: actitudes y valores cuya promoción se considera social o moralmente justificables.
El desarrollo de las actitudes (especialmente del campo social y moral) se ha explicado en Psicología de diversos modos: conformidad con las normas del grupo, regulación interna de la conducta en ausencia de sanciones externas, conducta prosocial o de ayuda, juicio y razonamiento moral, etc. Estas diferentes teorías de la conducta social y de desarrollo moral (conductismo-aprendizaje social, cognoscitivo-constructivista, sociologismo, etc.) vienen dadas por operar con diversos modelos de hombre (por ejemplo, concebir al sujeto humano como un ser pasivo o como ser activo que construye sus conocimientos), ideas sobre lo que es importante promover o diferentes metodologías de investigación. Los contenidos y experiencias de aprendizaje que podamos pretender y hacer en clase en este campo podrán variar en función del enfoque psicológico (explícito o implícito) en que nos apoyemos.
En las primeras décadas del siglo quedan delimitados los dos grandes programas que, con sucesivas reformulaciones, van a dominar el campo del desarrollo sociomoral: socialización (planteamientos pedagógico-sociológicos de Durkheim y el psicoanálisis de Freud) y constructivismo o desarrollo cognitivo (con el importante estudio inicial de Piaget de 1932, en que presentaba una perspectiva alternativa a las tesis mantenidas por Durkheim). Posteriormente, cuando el conductismo se convierte en paradigma dominante, lo moral queda como un campo oscuro, que no merecía un estudio específico por los procesos psíquicos inobservables que implicaba. A partir de los años sesenta, por una parte, Kohlberg reactualiza y amplía los planteamientos piagetianos contribuyendo a forjar un programa de investigación cognitivo-estructural del desarrollo sociomoral, al tiempo que importa al marco americano la polémica que ya Piaget había mantenido con el enfoque de socialización de Durkheim. Por otra parte, la reforma del programa conductista (neoconductismo y, sobre todo, las teorías del aprendizaje social) contribuye a interesarse por explicar el fenómeno moral (Bandura y Walters, 1974); por lo que hoy podemos distinguir, dejando deliberadamente otras teorías específicas, dos grandes programas o explicaciones de la génesis y desarrollo moral, con derivaciones específicas en cada uno.
Socialización heterónoma o desarrollo constructivo autónomo

Aunque puede ser un poco simplista contraponer estas dos grandes corrientes, porque en los últimos años se han hecho serios intentos de integración recogiendo parte de cada uno (Peters, 1984) y difuminando la oposición, resulta ilustrativa, sin embargo (MarchesI, 1983), como primera aproximación al campo:
Enfoque socializador

Enfoque socializador (psicoanálisis, sociologismo y teorías del aprendizaje conductista y social). Considera la adquisición de actitudes como la acomodación (adaptación) del niño/joven a los requerimientos sociales, mediante un proceso de internalización y conformidad a las normas del medio social. 
Desde esta perspectiva, al tiempo que se otorga una prioridad al orden social establecido sobre el individuo y se concibe a éste como un receptor pasivo, se da primacía a los factores afectivos sobre los cognitivos, negando un desarrollo evolutivo consistente y sistemático, al hacerlo depender de las disposiciones actitudinales variables en función del medio social. Responde al modelo (y creencia) más tradicional de que el niño adquiere las actitudes sociales y morales por la presión (sanciones externas y refuerzos positivos) de los adultos, que provocan la interiorización de los modelos y actitudes de la sociedad adulta.
 El aprendizaje de actitudes consiste en la asunción heterónoma de modos de conductas socialmente aceptables, trasmitidos por padres/ maestros y ambientes en que se vive.
 Esta internalización se efectúa por procesos de identificación y condicionamiento, tendiendo a persistir si se ven reforzadas con aprobación o afecto.
Cognitivo-constructivista

Cognitivo-constructivista (Piaget, Kohlberg, Turiel, etc.).. El desarrollo de actitudes sociomorales consiste en un proceso de construcción y reestructuración cognitiva, y en la adquisición de principios autónomos del juicio y razonamiento moral (Hersh y otros, 1984). Este enfoque responde a una idea diferente del hombre y de la educación: el desarrollo social es un proceso interactivo y constructivo, el ser humano actúa como agente sobre la realidad social, integrando activamente la experiencia, en lugar de reflejar pasivamente los patrones ambientales. El sujeto no se limita, entonces, a asimilar las normas, actitudes y valores que le imponen los adultos, sino que los va construyendo participando en el mundo social. Dos factores contribuyen especialmente al desarrollo de actitudes sociomorales: el desequilibrio cognitivo y la cooperación en el grupo de iguales. 
Para la tradición piagetiana, las estructuras cognitivas son formas de organizar la experiencia y la acción, como forma de equilibrio. Cuando nuevas experiencias sociales (o en el contexto escolar, por ejemplo, la discusión de "dilemas morales" de un nivel superior al que se encuentra) no pueden ser integradas en las estructuras cognitivas preexistentes, se produce un desequilibrio que induce a restablecerlo, generando un nivel más alto de juicio y razonamiento moral. A su vez, la interacción con el grupo de iguales conduce al reconocimiento de la reciprocidad, la igualdad y la cooperación, y asimismo ofrece oportunidades de "ponerse en lugar del otro", produciéndose una descentración o progresiva salida del egocentrismo inicial (por la necesidad de coordinar, reconciliar y sopesar los diversos puntos de vista de los otros).
Tal como aparece esquematizado en el, dos ejes principales (proceso constructivo/contenidos sociales, cognitivo/afectivo) diferencian -expresado un tanto radicalmente ambas perspectivas.
Para el enfoque de socialización, el desarrollo social y moral es el resultado de una internalización de modelos del medio social, dando primacía a factores afectivos (empatía, aprendizaje observacional o modelado, motivación, agentes socializadores). La socialización es la asunción acrítica de normas culturales o sociales (contenidos) por una adaptación funcional a las convenciones sociales y no un proceso cognitivo a ser desarrollado, como en el enfoque de desarrollo. El psicoanálisis y la teoría del aprendizaje social coinciden, aunque con divergencias en otros aspectos, en estos supuestos.
Más específicamente, para Freud la moralidad es el resultado de un complejo conjunto de relaciones entre factores instintivos (ello) y el medio (yo, realidad), dando como resultado la formación de una instancia interior (super yo) represora.
Para los psicólogos del aprendizaje social (Bandura y Walters, 1974), la moral es un proceso de aprendizaje de conductas (actitudes, normas y valores) socialmente aceptables ("modelos") por medio de refuerzos. En sentido estricto no se puede, desde este enfoque, hablar de la existencia de unos estadios evolutivos con un carácter estructural y uniforme: los cambios serán estables y acumulativos si se mantienen las mismas condiciones ambientales.
Por su parte, para el enfoque de desarrollo sociomoral, las normas, actitudes y principios morales son estructuras cognitivas que surgen, en las experiencias de interacción social, por un proceso de construcción individual, más que de la interiorización de normas socio-ambientales; los estadios de desarrollo moral vienen definidos por reorganizaciones cognitivas; los principios morales básicos son universales y comunes a todas las culturas (frente al relativismo moral) ; el papel de la educación moral es proporcionar experiencias que estimulen el desarrollo del razonamiento sociomoral. Por su congruencia con la filosofía moral occidental, ha logrado amplia audiencia en el ámbito filosófico (Habermas, Rawls), así como en el didáctico, por sus implicaciones pedagógicas ("dilemas morales" y "comunidad escolar justa", entre otras). Las teorías de la socialización y del aprendizaje social explican el aprendizaje moral especialmente en las primeras edades (familia y Educación Infantil, Primaria), cuando la influencia socioambiental e imitación de modelos socialmente aceptables es mayor.
Sin embargo, en Secundaria, en que el desarrollo cognitivo y las experiencias sociales han aumentado, conviene primar el desarrollo del juicio y razonamiento moral, coherente, por lo demás, con el enfoque psicológico-constructivista de la reforma.
Factores afectivos

El desarrollo de las actitudes en las primeras edades, como generación de predisposiciones afectivo-evaluativas a determinados objetos o situaciones, debe incidir principalmente en la esfera afectiva (tener sentimientos y emociones como empatía, sensibilidad hacia los demás, altruismo, benevolencia, conductas prosociales; o sentimientos negativos, como vergüenza o culpa). Así, en Educación Infantil, desarrollar la empatía (como capacidad para sentir los estados emocionales del otro y de comprender su punto de vista distinto) y la conducta prosocial (acciones voluntarias altruistas de ayudar y compartir, sin beneficio propio inmediato) se convierten en objetivos prioritarios, base de una educación moral posterior.
Las relaciones afectivas de amistad (dentro y fuera de clase), por ejemplo, como describió Piaget, promueven actitudes de compartir, cooperar, ponerse en lugar del otro, sentimientos de reciprocidad, respeto, etc. Por su parte, desde el aprendizaje social, es igualmente necesario ofrecer modelos y hábitos de autorregulación de las propias acciones.
El aprendizaje heterónomo de normas, actitudes y valores en las primeras edades, acompañadas por la correspondiente aprobación o desaprobación, no tiene por qué impedir una autonomía posterior (Peters, 1984). Los mecanismos de autocontrol a su vez, como ha destacado el conductismo y las teorías del aprendizaje social, son necesarios en las primeras etapas. Los niños por imitación, aprendizaje observacional, refuerzos y hábitos van adquiriendo las actitudes que observan, las que son socialmente aprobadas e identificándose con aquellas que se ven reforzadas.
Factores cognitivos del desarrollo

Piaget (1932), en oposición a las tesis sociológicas, que suponen "una sumisión al conformismo social", subraya el papel cognitivo del juicio social y moral en el desarrollo de una autonomía moral. El progresivo desarrollo intelectual del niño, desde el inicial egocentrismo y heteronomía, hacia una perspectiva de descentramiento, unido a las experiencias sociales con grupos de iguales ("pandillas" de amigos), provoca el paso hacia una autonomía moral. Así, el perspectivismo implica adoptar la perspectiva de los otros, diferenciar lo subjetivo (intenciones y motivos) de lo objetivo (consecuencias). Ambos factores (cognitivo y relación social) condicionan el paso de juicios morales heterónomos a la autonomía moral (basada en la igualdad, reciprocidad y sentido de la justicia).
Por su parte, en las últimas décadas, Kohlberg y su equipo han extendido las iniciales tesis piagetianas, elaborando una de las más importantes teorías del desarrollo del juicio moral. 
El desarrollo consiste básicamente en cambios y transformaciones en la estructura cognitiva o mental, como resultado de una interacción entre el sujeto y el medio, para lograr un mayor equilibrio y estabilidad, y no como consecuencia de un mero aprendizaje social. Distingue (Kohlberg, 1989), como es conocido, tres niveles del desarrollo del juicio moral, divididos cada uno en dos estadios.
En la secuencia evolutiva de los estadios se pasa de una orientación en la obediencia y el castigo (estadio uno), al individualismo según lo que le conviene a cada uno (estadio dos), y de ahí, el acuerdo interpersonal (estadio tres), respetar la ley y el orden establecido (estadio cuatro), y, en secuencia invariable en un último nivel, el contrato social (estadio cinco), hasta llegar a los principios éticos universales (estadio seis). La clave de la secuencia está en la evolución del sentido de la justicia: cada estadio supone una comprensión diferente de lo que se considera que es bueno y justo. El origen piagetiano aparece en la orientación heterónoma y egocéntrica del primer nivel, y la autónoma, colaboración y respeto mutuo del tercer nivel; completado con un nivel intermedio de aceptación de lo convencionalmente establecido, precisando al tiempo cada etapa en dos estadios.
Esta cierta correspondencia entre desarrollo moral y cognitivo, y el excesivo acento en el desarrollo de capacidades formales para el juicio moral (formalismo), minusvalorando los contenidos morales y la importancia de los sentimientos y la afectividad, han sido objeto de críticas.
 En los últimos años, esta corriente (Hersh y otros, 1984) ha revalorizado la dimensión social (la cultura moral del centro escolar) en situaciones conflictivas cuya resolución pueda propiciar el role-taking (ponerse en el lugar del otro, descentrarse) y una "atmósfera moral" que posibiliten el desarrollo moral.
E. Turiel (1984), para salvar algunas contradicciones, ha presentado una propuesta en que la moralidad no sería un desarrollo progresivo a partir de la convencionalidad, sino procesos paralelos y diferenciados desde el principio, cada uno con sus propios cambios evolutivos. Desde las primeras edades, en función de las distintas experiencias sociales, existirían diferentes dominios (marcos conceptuales) de conocimiento social (convención social, y moralidad), cada uno con sus propios procesos de construcción, desarrollo y categorías. Más que concebir, entonces, la moralidad como una etapa posterior de la convencionalidad, desde los cuatro años el niño diferenciará lo que es mera convención social (por ejemplo, no saludar a la profesora) y lo que es propiamente moral (por ejemplo, causar daño al compañero).
Por último, recientemente se ha defendido (Gilligan, 1985), con amplia receptividad, que el desarrollo de actitudes morales es diferente según el género, por lo que la educación en actitudes y valores habría impuesto hasta ahora un modelo androcéntrico. El núcleo del desarrollo moral femenino sería la preocupación por el otro, la empatía y el cuidado; no las reglas y principios imparciales (y por tanto, abstractos y descontextualizados) de justicia. Un desarrollo moral feminista, condicionado o no por el propio proceso de socialización, debería potenciar la responsabilidad por felicidad y preocupación por el otro (desde la inicial preocupación por sí mismo a la interdependencia conjunta por la felicidad ajena y propia), más que la aplicación a los casos concretos de estándares universales de virtud, como ha propuesto Kohlberg.
Interacción entre niveles y factores

Para una explicación comprehensiva del desarrollo de actitudes sociomorales se impone, según los factores y componentes que hemos visto, una integración e interacción entre los diversos aspectos, pues éste depende del conjunto de la personalidad y no de un elemento o factor.
El desarrollo de las actitudes como interacción entre tres ámbitos del desarrollo.

Según el tendríamos:
1. Tres tipos de ámbito con su propio desarrollo: cognitivo, socioafectivo y moral; con sus caracteres y aspectos.
2. Las interacciones entre estos tres dominios, que condicionan la acción y el pensamiento.
3. Los dos puntos anteriores, además, comportan unas interacciones entre características individuales y sus experiencias dentro y fuera de la escuela.

Estas tres dimensiones por tres círculos superpuestos, proporcionan una visión general de las competencias que pueden promoverse en el desarrollo actitudinal por medio de la experiencia escolar, tanto frente a una tendencia romántica (preservar el mero desarrollo natural) como tradicional-coercitiva (imponer un conjunto de valores y actitudes). Junto a los elementos cognitivos han de situarse los emocionales y afectivos, además de los criterios propiamente morales. En cada dimensión se señalan otros aspectos específicos que operan en el desarrollo. Oponiéndose al intelectualismo de Sócrates-Platón, el viejo Aristóteles señalaba que "tratándose de la virtud no basta con conocerla, se ha de procurar tenerla y practicarla".
Los niños/jóvenes desarrollan actitudes sociomorales fruto de la intersección entre los tres campos y con las de su entorno o marco social y familiar (ámbito exterior a los círculos). Las actitudes y acciones serán finalmente el resultado de la intersección entre los diferentes ámbitos (zona de intersección común). Hoy se ha reevaluado el potencial de la experiencia escolar para incidir en el desarrollo sociomoral y promoverlo, frente a las perspectivas de décadas pasadas en las que se argumentaba que poco podía hacer la escuela ante los agentes sociales y morales externos.
Decía Piaget que "sin una psicología precisa de las relaciones morales toda discusión sobre los procedimientos de la educación moral resulta estéril". Aunque la psicología del desarrollo nos puede proporcionar orientaciones y sugerencias para la didáctica de las actitudes, tanto para el diseño del currículum como para las prácticas docentes, éstas no se deducen ni son mera aplicación de las prescripciones psicológicas, so pena de caer en lo que Kohlberg llamó "falacia psicologista": Considerar que lo que se describe en la teoría psicológica se debe hacer en la práctica escolar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario